Cuando Emma Carey describe la ciudad más hermosa del mundo, dice que parece una casa de muñecas y luego una pintura al óleo, porque en su memoria, se está cayendo de sus manos mientras se eleva sobre ella en un helicóptero.
Su viaje de 2013 a Lauterbrunnen, en Suiza, fue parte de un sueño que ella y Jemma Mrdak, habían compartido desde que tenían memoria.
Mejores amigas desde el primer grado, Emma se sintió atraída por Jemma porque no tenía miedo.
Pero ese día de verano en junio del año en mención fue el apetito de adrenalina de Emma lo que las llevó a subir a la aeronave para una experiencia de paracaidismo y mientras volaban hacia el cielo, los ojos de Jemma estaban llenos de lágrimas.
No era descabellado que Jemma tuviera miedo (estaban a punto de despegar a 14.000 pies de altura), pero Emma, que entonces tenía 20 años, estaba emocionada y tenía una enorme sonrisa en su rostro.
Era una joven activa, deportista e irreprimiblemente positiva, a la que le encantaba lanzarse a nuevas experiencias y, ese fatídico día, estaba ansiosa y no tenía miedo.
Cómo empezó todo
Emma y su instructor de paracaidismo se sentaron en el borde del helicóptero, luego saltaron y, de repente, estaban volando, flotando, sin peso en el cielo. Emma estaba eufórica. Esas eran las experiencias por las que vivía.
El instructor le dio un golpecito en el hombro para hacerle saber que estaba a punto de desplegar el paracaídas. Cuando llegó la sacudida, fue doloroso.
“Sentí como si me estuvieran arrancando el pelo de la cabeza. Nadie me había advertido de que dolería”, recordó Emma, diciendo, “lgo iba mal”.
Anota la mujer que: “Mientras seguíamos cayendo, un terror repentino me atravesó”. El paracaídas había fallado. Podía verlo azotarse en el aire. “Rojo como una advertencia“.
Era una caída de 4,2 kilómetros y ya no estaban volando, estaban cayendo rápido. Una comprensión impensable golpeó a Emma: estaba a punto de morir.

Lo que pasaba por su cabeza
Su mente se llenó de todas las cosas que nunca podría hacer, la gente que nunca volvería a ver.
“Mi deseo de vivir latía por mis venas con creciente urgencia. ¿Cómo estaba sucediendo esto? No estaba lista para esto todavía. Quería vivir”. Mientras se precipitaba hacia la tierra, todo lo que podía sentir era miedo.
El suelo se estaba acercando. El impacto era inminente. Su sueño se había convertido en una pesadilla. Saltar en paracaídas con su mejor amiga era lo último que haría en su vida.
Jemma y Emma comparten ese tipo poco común de amistad que dura toda la vida y que se fortalece con el tiempo. Comenzó en una clase de primer grado en Canberra.
A Emma le dieron el asiento al lado de Jemma. “Creo que nos hicimos amigas porque nuestros nombres rimaban”, dice Jemma.
Recuerda que pensó: “¡Emma! Tienes un nombre parecido al mío. ¡Seamos amigas!”. Emma recuerda que fue una aventura temprana lo que las unió. “Yo era súper, súper tímida y callada y tenía miedo de todo el mundo y Jemma no”, se ríe Emma.
“Le tenía miedo porque tenía mucha confianza. Entonces un día tuvimos que hacer esta actividad en nuestros libros y Jemma preguntó si podíamos intercambiar libros”.
Siempre había tenido una vena creativa y luego de su paso por París e Italia sus sueños las llevaron a Suiza y al mágico pueblo de montaña de Lauterbrunnen. Esta aldea enclavada en los Alpes parecía el lugar perfecto.

Ver caer a su amiga
Jemma se lanzó del helicóptero inmediatamente después de Emma y no tenía ni idea de que algo iba mal. Sus pies tocaron el suelo con suavidad y, cuando tocó el suelo firme y seguro, sintió alivio. No volvería a hacer paracaidismo.
Estaba contenta de que hubiera terminado, pero cualquier sentimiento positivo que tuviera se desvaneció rápidamente cuando escuchó a Emma gritar su nombre. Miró y vio a su mejor amiga tirada en el suelo, gritando, con sangre en la cara.
Jemma corrió hacia ella. “Tuve que pensar muy rápido en cómo actuar. Cómo manejar lo que estaba pasando“, dice Jemma. Milagrosamente, Emma no solo sobrevivió a la caída, sino que permaneció consciente todo el tiempo.
Un minuto estaba cayendo en picado, al siguiente jadeaba, sentía el sabor de la sangre y se tambaleaba por el dolor más inimaginable “desgarrador, insoportable y directo al núcleo”. Estaba viva, pero sufría.

Logró sobrevivir
Las primeras semanas de recuperación fueron oscuras para Emma, y experimentó una desesperación como nunca antes había experimentado.
Pero no está en su naturaleza detenerse en lo negativo y comenzó a ver esperanza y gratitud en los lugares más pequeños.
La devoción de su mejor amiga y la amabilidad de sus enfermeras alimentaron su espíritu.
Reflexionó sobre las cosas simples que había dado por sentado y escribió cinco pequeñas palabras en la aplicación de notas de su teléfono que la guiarían durante su recuperación y más allá: “Si puedes, debes hacerlo”.
Cuando Emma estuvo lo suficientemente fuerte, comenzó la rehabilitación. Paso a paso doloroso, se fue acercando a su objetivo.
El solo hecho de estar de pie la dejaba sudando y desmayada como solía sentirse después de correr 10 kilómetros.
“Fue insoportable, pero aguanté el dolor porque, ¡qué demonios!, estaba de pie”, recuerda. Cuando estuvo lo suficientemente fuerte, Emma regresó a Sídney para continuar con su rehabilitación.
Su recuperación fue un trabajo de tiempo completo. Recuperó la capacidad de caminar, pero el proceso fue agotador y estuvo plagado de contratiempos.

- Imagen de portada tomada/Allen & Unwin