Los datos demuestran con claridad que la Antártida está ganando puntos a una velocidad asombrosa como destino para turistas intrépidos.
El turismo es un fenómeno bastante reciente, hace veinte años, menos de 20.000 personas visitaban la Antártida cada año.
Pero el año pasado fueron unos 125.000 turistas según datos de las agencias de turismo.
Puede parecer una cantidad pequeña, pero la mayoría de los turistas van a los mismos lugares.
La geógrafa australiana Anne Hardy habla de efecto TikTok, “cientos de millones de usuarios de redes sociales atraídos por multitud de vídeos en enclaves antárticos”.
Videos bailando con DJ entre icebergs, picando hielo para preparar bebidas, nadando vestidos de pingüinos, caminando sobre el fondo de un crucero con vistas asombrosas invaden las redes sociales.
Hacer deporte en la Antártida
En la Antártida ya es posible correr una maratón, remar en canoa, escalar su pico más alto por más de 50.000 dólares e incluso participar en fiestas eróticas.
Los satélites Starlink de Elon Musk permiten compartir vídeos en tiempo real, desde un continente hasta ahora desconectado del resto del planeta.
Hardy, de la Universidad de Tasmania, sostiene que este efecto TikTok está impulsando el turismo y promoviendo “comportamientos inapropiados que pueden introducir especies invasoras o dañar el ecosistema antártico”.
Los visitantes han aumentado un 16% en solo un año.
Territorio protegido
La Antártida es un continente teóricamente protegido como reserva natural y dedicado a la investigación científica.
Un acuerdo internacional, el Tratado Antártico, solo permite dos actividades económicas: la pesca, con reglas muy estrictas; y el turismo, que aún no está regulado.
España, con dos bases, es uno de los 29 países con derecho a voto en el Tratado Antártico.
El biólogo Antonio Quesada, responsable del Comité Polar Español forma parte de la mesa donde se toman las decisiones del tratado y explica que, “ahora mismo estamos intentando regular el turismo”.
Quesada, añade que “una de las opciones podría ser que los turistas aportaran una pequeña cantidad de dinero para conservar la Antártida”.
Turismo en ascenso
Mientras más turistas, más oferta, Robin West, director general de expediciones Seabourn, recuerda cuando viajó por primera vez a la Antártida en 2002 y muchos de los barcos disponibles para visitantes ofrecían básicamente literas, baños compartidos y un régimen de comidas casi castrense.
No había ningún tipo de comodidades comparables a los cruceros modernos que existen en la actualidad.
La Antártida suponía a menudo embarcar en buques pequeños o viejos cortahielos procedentes de Rusia o Canadá.
Viajar hoy a la Antártida es un sinónimo de suites y brindis con champán en mitad de llanuras heladas.
La tripulación dispone de restaurantes, spas, experiencias de aventura, cabinas con grandes puertas y balcones desde los que asomarse para ver icebergs.
Pone en riesgo el ecosistema
El oceanógrafo Antonio Tovar se encontró con otra escena surrealista recientemente.
Fue a recoger muestras de agua frente a la abandonada estación ballenera y se encontró con un centenar de personas en bañador y biquini, haciéndose vídeos compulsivamente en vertical entre el vapor que subía, con el crucero holandés Hondius fondeado frente a la costa.
Tovar, que se encuentra Tovar a bordo del Sarmiento de Gamboa, un buque del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) que participa en la campaña española en la Antártida, expresa que “el hecho de que haya tantos turistas bañándose y, presumiblemente, soltando gran cantidad de cremas solares es un riesgo evidente para el ecosistema”.
Este experto lleva a cabo un sencillo experimento en la cubierta del barco.
En unas 15 bolsas transparentes ha recogido agua de mar con distintas concentraciones de cremas solares y krill, un diminuto crustáceo parecido a un camarón que resulta vital para la alimentación de ballenas, focas y pingüinos.
Con las dosis más altas de la crema, los animalitos parecen morir.