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Cada vez hay más víctimas por usar empaques de plástico para guardar comida

Estudios científicos revelan que almacenar alimentos en plásticos puede liberar químicos peligrosos, aumentar el riesgo cardíaco y dejar residuos en el cuerpo.

En millones de hogares, guardar la comida en recipientes de plástico parece una decisión práctica y económica. Sin embargo, detrás de ese hábito cotidiano, se esconde un riesgo que muchos aún subestiman: la exposición constante a sustancias químicas tóxicas que pueden afectar profundamente la salud humana. Cada vez se documentan más víctimas por usar empaques de plástico para guardar comida, y los estudios científicos empiezan a evidenciar una conexión directa con enfermedades hormonales, cardiovasculares y daños celulares.

Los envases plásticos liberan toxinas invisibles

Uno de los principales peligros de los plásticos alimentarios es su capacidad para liberar sustancias químicas al entrar en contacto con alimentos, especialmente si estos están calientes, son grasos o se almacenan por largos periodos. El bisfenol A (BPA) y los ftalatos son dos de los compuestos más investigados por su potencial para alterar el sistema endocrino humano.

Según el National Institute of Environmental Health Sciences (NIEHS), el BPA puede interferir en la producción natural de hormonas como el estrógeno, afectando funciones reproductivas, metabólicas y neurológicas. Esta alteración hormonal ha sido asociada con infertilidad, pubertad precoz, y mayor predisposición a ciertos tipos de cáncer.

El calor acelera el proceso tóxico

Aunque muchos plásticos vienen etiquetados como “aptos para microondas”, la realidad es más compleja. El calor, al actuar sobre estos envases, puede multiplicar la liberación de químicos nocivos. Incluso plásticos que aparentan ser seguros pueden degradarse con el tiempo o tras múltiples usos, liberando sustancias en los alimentos que terminamos consumiendo.

Los ftalatos, por ejemplo, son aditivos que otorgan flexibilidad al plástico, pero también pueden migrar a los alimentos cuando se calientan o manipulan de forma indebida. Estos compuestos están prohibidos en juguetes infantiles en muchos países, pero aún están presentes en envases alimentarios.

Microplásticos en sangre humana

Uno de los hallazgos más inquietantes fue publicado por la revista Nature Communications en 2022. Investigadores detectaron microplásticos en la sangre de personas sanas, lo cual demuestra que las partículas no solo se ingieren, sino que pueden entrar al sistema circulatorio y posiblemente alojarse en órganos vitales.

Estas partículas provienen de diversas fuentes, pero una de las principales es el uso de envases plásticos deteriorados o mal diseñados. El roce, el calor y el envejecimiento del material permiten que diminutos fragmentos terminen en la comida.

Aumenta el riesgo de enfermedades cardíacas

Un estudio del Environmental Health Perspectives reveló que la exposición frecuente a disruptores endocrinos como el BPA está relacionada con el desarrollo de insuficiencia cardíaca congestiva y presión arterial elevada. Los científicos concluyeron que los efectos no solo son acumulativos, sino que afectan también a personas jóvenes, sin antecedentes clínicos previos.

Esta relación fue particularmente evidente en quienes utilizaban plásticos para almacenar comida caliente, recalentarla o congelarla, especialmente en envases de baja calidad o reutilizados muchas veces.

No solo es BPA: hasta 20 mil compuestos en un envase

Lo que muchos desconocen es que un envase de plástico puede contener hasta 20 mil compuestos distintos, muchos de los cuales no han sido completamente estudiados. Esto incluye colorantes, estabilizantes, antioxidantes, plastificantes y agentes antimicrobianos. La suma de todos ellos, y su potencial interacción, plantea un desafío aún mayor para la toxicología moderna.

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La Endocrine Society ha advertido que, aunque algunos compuestos están regulados, hay miles más en circulación sin suficiente respaldo científico. Esta “sopa química” puede tener efectos combinados impredecibles en el organismo humano.

La exposición no es igual para todos

Estudios realizados en comunidades con alta dependencia del plástico revelaron que la carga tóxica puede variar según el tipo de envase, la temperatura del alimento, la acidez, el tiempo de almacenamiento y la edad del consumidor. Por ejemplo, los niños y los fetos en desarrollo son más vulnerables, ya que su sistema hormonal aún está en formación.

Además, quienes consumen alimentos ultraprocesados o almacenan comida en envases reciclados están más expuestos. El uso de tápers genéricos de bajo costo o el recalentamiento frecuente en microondas son prácticas comunes que incrementan el riesgo.

Qué podemos hacer para evitar ser parte de las estadísticas

Cada vez se suman más víctimas por usar empaques de plástico para guardar comida, pero es posible reducir drásticamente los riesgos adoptando medidas sencillas:

  • Cambiar los envases plásticos por recipientes de vidrio, cerámica o acero inoxidable.
  • Evitar recalentar la comida dentro del mismo recipiente plástico.
  • No reutilizar envases de un solo uso, como los de yogur o mantequilla.
  • Preferir productos etiquetados como “libres de BPA” y sin ftalatos.
  • Desechar cualquier recipiente rayado, decolorado o deformado.

¿Y qué dice la ciencia más reciente?

La investigación continúa avanzando. En 2023, un equipo del Harvard T.H. Chan School of Public Health publicó nuevas recomendaciones sobre cómo reducir la exposición a compuestos tóxicos en el hogar. Además, la Unión Europea evalúa prohibiciones más estrictas sobre ciertos tipos de plásticos en contacto con alimentos. Sin embargo, el mayor poder de protección lo sigue teniendo el consumidor informado.

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