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¿Fieles o promiscuos? Qué es lo que realmente nos caracteriza desde nuestra naturaleza

¿Es posible que hayamos heredado la promiscuidad de los primates? ¿Es posible ser fieles sin faltar a nuestra naturaleza? La ciencia ha intentado dar respuesta a estas preguntas, y aquí hay algunas ideas.

Las relaciones sentimentales, generalmente vienen acompañadas de un halo de misterio y de incertidumbre que es casi imposible de desaparecer. Será posible que tengamos en nuestro ADN ese gen que nos haga mantenernos junto a una pareja para toda la vida o estamos condenados desde el principio de los tiempos a sufrir de infidelidades.

Frente a estos interrogantes la mayoría de las personas que de pende de cada uno, valores, decisiones y convicciones. Y si bien eso tiene su parte de verdad, también es cierto que muchas de nuestras características provienen de los hombres y mujeres de las cavernas y por supuesto de los primates.

Para este caso en particular, se hacer importante indagar sobre el comportamiento de los restantes primates, es decir, el orden de mamíferos al que pertenecemos, para saber qué podemos esperar de nuestra biología, así como de nuestra estructura fisiológica.

El comportamiento de los primates

Existen tres tipos básicos de primates según su comportamiento sexual y reproductivo:

  1. De un lado están las especies poliándricas (es decir, las que en términos humanos llamaríamos promiscuas), donde varios machos copulan sucesivamente con cada hembra fértil y compiten por fecundarla. Es el caso, entre otros, de los chimpancés y bonobos, los macacos o diversos babuinos y mandriles.
  2. Por otro lado, están las especies poligínicas , en las que un macho controla un harén de hembras y es el único que copula con ellas. Son ejemplos los gorilas y orangutanes, el babuino sagrado egipcio, el mono narigudo y algunos lémures de Madagascar.
  3. El tercer modelo incluye a las especies monógamas, donde se establecen parejas fieles y estables, integradas por un ejemplar de cada sexo. Es el caso de los gibones y siamangs asiáticos, así como de algunos monos titís sudamericanos.

Esto quiere decir que los tipos de primates que mantienen una sola pareja son similares físicamente entre machos y hembras, mientras que en los otros es fácil reconocer el sexo por las marcadas diferencias. Como ocurre en los gorilas, en los que el macho casi duplica en masa corporal a las hembras de su harén.

Así mismo, esto demostró que en las especies promiscuas los testículos son considerablemente más grandes que en las que forman parejas estables o harenes.

Esto se debe a la competencia entre los machos por engendrar a su progenie: en las especies promiscuas, varios individuos rivalizan por fecundar a la hembra; por ello, los que producen más espermatozoides tienen ventajas de cara a la fecundación.

Relación con los humanos

¿Acaso significa esto que los africanos tienden más a la promiscuidad que los caucásicos y éstos, a su vez, que los orientales? Afirmar algo así sería ir quizás demasiado lejos, sobre todo teniendo en cuenta que son los hábitos culturales los que parecen determinar en gran medida el comportamiento sexual en nuestra especie.

De este modo, por ejemplo, el porcentaje de hijos engendrados por un varón externo a la pareja en un conjunto de poblaciones europeas, norteamericanas y hawaianas es, en promedio, de solo un 1,6%. En cambio, en los indios yanomamis del Amazonas o en los de Nuevo México asciende a un 10 y un 11,8%, respectivamente.

Para el caso de las hembras de los primates, no parecen fijarse demasiado en el tamaño de los genitales de sus congéneres masculinos. Las mujeres tampoco se dedican a pesar los testículos de sus compañeros sexuales cuando se ocupan de elegir su pareja reproductiva.

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Ahora bien, las cosas cambian si tenemos en cuenta el comportamiento reproductivo de sus hijos varones, algo que (aun inconscientemente) le interesa mucho a la mujer.

Los hijos engendrados con un compañero promiscuo heredarán de su padre este comportamiento. Y es de prever que tengan en el futuro más oportunidades de fecundar a diferentes mujeres. Así transmitirán también los genes que les legó su madre.

¿Por qué somos infieles?

Para analizar la naturaleza promiscua o fiel también es necesario entender por qué somos infieles. Algunos datos apuntan a que es un efecto de la dopamina; este neurotransmisor se liberaría al engañar a nuestra pareja y al esconder que estamos teniendo otra relación.

Otros estudios apuntan a que es una cuestión de oportunidad: esto es, cuando se nos presenta la ocasión no dudamos. Pero parece haber tantas razones para ser infieles como personas hay en este mundo.

La realidad es que no hay estudios que realmente prueben que los seres humanos, como mamíferos que somos, somos monógamos por naturaleza.

Basta echar un vistazo a lo que comentamos sobre los primates para justificar nuestro comportamiento. ¿Tenemos la capacidad de aparearnos con personas fuera de nuestra relación principal porque en el fondo somos solo animales? Es probable. ¿Tenemos la capacidad de tomar decisiones de este tipo porque nuestros cerebros han evolucionado desde que vivíamos en cuevas? Es posible también.

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