Desde Threads hasta The Day After, el ‘invierno nuclear’ se ha retratado en éxitos de taquilla de ciencia ficción durante años. Y cuando hablamos de ‘invierno nuclear’ nos referimos a las posibles consecuencias medioambientales catastróficas a largo plazo de cualquier intercambio de armas nucleares.
Preocupación que se acrecentó luego de que el presidente ruso, Vladimir Putin, decidiera suspender su participación en el tratado de desarme nuclear New Start este martes. Lo cual significó una sorpresa inquietante para varios ex funcionarios que negociaron el pacto y expertos en no proliferación comprometidos con poner fin a la expansión de las fuerzas nucleares.
Durante más de 50 años, EE. UU. y Rusia, las dos potencias nucleares más grandes del mundo , han tenido algún tipo de acuerdo que limitó su capacidad para producir o desplegar armas nucleares.
El anuncio de Putin de que suspendería la participación en el Tratado New Start podría poner fin a esa era, y algunos de esos expertos debaten si esto podría iniciar otra carrera armamentista al estilo de la Guerra Fría. Las tensiones entre las dos naciones por la guerra en Ucrania solo aumentan esas preocupaciones.
Teoría científica del invierno nuclear
Con la temible amenaza que se desprende de esta decisión por una posible guerra nuclear, la latente consecuencia de un invierno nuclear no pasa desapercibida ni por las personas del mundo ni por los expertos.
Y es que además de las muertes inmediatas que generarían los ataques con esta cantidad de armas, lo que vendría después no sería menos riesgoso puesto que se establecería este invierno nuclear que haría casi imposible sobrevivir a largo plazo.
Ellos aseguran que más de 5 mil millones de personas, aproximadamente el 63% de la población mundial actual, morirían de hambre después de una guerra nuclear a gran escala entre Estados Unidos, Rusia y sus aliados, según reveló un nuevo estudio.
La razón principal es que el polvo y el humo radiactivos bloquearían una parte importante de la luz solar. Con la caída de las temperaturas, muchos de los cultivos del mundo, sofocados por la penumbra, morirían, creando una hambruna global y aniquilando a miles de millones de personas.
Así, según los investigadores, el conflicto crearía incendios generalizados que podrían expulsar hasta 165 millones de toneladas de hollín a la atmósfera de la Tierra, lo que provocaría una disminución de las cosechas en los países exportadores de alimentos de EE. UU. y Rusia, lo que haría que la producción mundial de calorías se desplomara hasta en un 90%.
El estudio, publicado en la revista Nature Food, es el último en cuatro décadas de investigación histórica que ha intentado esbozar la amenaza de una guerra nuclear. De las aproximadamente 12.705 ojivas nucleares del mundo, Rusia tiene 5.977 y Estados Unidos tiene 5.428, según el último informe del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo. El tercer país con más ojivas nucleares es China, con 350. India y Pakistán tienen 160 y 165, respectivamente.
Falta de información y conciencia
Si bien todo lo dicho suena mucho a un escenario ficticio y apocalíptico, un experto describe un invierno nuclear como un riesgo real y ‘horriblemente contemporáneo’ debido a la guerra de Rusia contra Ucrania.
Así, la nueva investigación fue dirigida por Paul Ingram, académico del Centro para el Estudio del Riesgo Existencial (CSER) de la Universidad de Cambridge toma aún más sentido. Él piensa que el público necesita ser educado sobre los efectos climáticos a largo plazo de la guerra nuclear “dado el riesgo actual”, el más alto en décadas.
Por el momento, la poca conciencia que existe sobre el invierno nuclear entre el público es principalmente residual de la Guerra Fría del siglo XX, cuando las tensiones aumentaron entre EE. UU. y Rusia.
“Hay muchas maneras de aumentar la conciencia, desde informar sobre estudios que profundizan la comprensión de la amenaza hasta la exploración narrativa cultural a través de películas, obras de teatro y libros”, dijo Ingram.
“Por supuesto que podemos pasar por la vida prefiriendo no conocer las peores posibilidades, pero hay cosas que podemos hacer colectivamente para gestionar y mitigar los riesgos, y es necesario que el público se involucre en esto.
“Las ideas sobre el invierno nuclear son predominantemente un recuerdo cultural persistente, como si fuera parte de la historia, en lugar de un riesgo terriblemente contemporáneo”.
La investigación
Para la investigación publicada en el sitio web de CSER, Ingram realizó una encuesta en línea en enero de 2023 de 3000 participantes, la mitad en el Reino Unido y la mitad en los EE. UU.
Los participantes tenían que autoinformar en una escala móvil si sentían que sabían mucho sobre el invierno nuclear y si habían oído hablar de él en los medios o la cultura contemporáneos, estudios académicos recientes o creencias sostenidas durante la década de 1980.
De manera preocupante, Ingram descubrió que solo el 1,6 por ciento en el Reino Unido y el 5,2 por ciento en los EE. UU. habían oído hablar del invierno nuclear en estudios académicos recientes.
Mientras tanto, el 3,2 % en el Reino Unido y el 7,5 % en los EE. UU. dijeron que se enterarían por los medios o la cultura contemporáneos, mientras que el 5,4 % en el Reino Unido y el 9 % en los EE. UU. recordaron creencias mantenidas durante la década de 1980.
Las respuestas a cada una de estas tres preguntas no fueron mutuamente excluyentes, y algunos participantes afirmaron saber sobre el invierno nuclear de dos o tres fuentes diferentes. Sin embargo, la conciencia pública general es muy deficiente.
Actualmente, la conciencia pública sobre el invierno nuclear es demasiado baja y los gobiernos deberían aumentarla para asegurarse de que no se subestime el impacto potencial de la guerra nuclear, cree el académico.
Tal conciencia probablemente reduciría el apoyo al primer uso de una bomba nuclear (como por ejemplo por parte de Rusia en Ucrania) o por represalias nucleares (por parte de aliados ucranianos como EE. UU. y el Reino Unido en Rusia, por ejemplo).