Este 8 de abril de 2025, Donald Trump volvió a reescribir las reglas del comercio internacional. Con una firma y su clásica retórica desafiante, el presidente de Estados Unidos impuso un arancel del 104% sobre las importaciones provenientes de China. Se trata de la medida más agresiva de su segundo mandato y posiblemente el episodio más tenso entre ambas potencias desde la guerra comercial de 2018.
“China ha jugado sucio durante años. Ya es hora de que paguen por manipular el mercado global”, afirmó Trump desde la Casa Blanca, ante una audiencia de industriales, asesores económicos y medios internacionales. Así, quedó oficialmente declarada —con palabras, hechos y cifras— la guerra comercial más grande del siglo XXI.
Una decisión con antecedentes acumulados
Este nuevo arancel es la culminación de una escalada que comenzó en enero, cuando la administración Trump reactivó su agenda de presión contra el gigante asiático. Primero fueron tarifas del 10%, luego 20% en marzo, y ahora un salto brutal al 104%.
Según la Oficina del Representante Comercial de EE.UU., la decisión se basó en una investigación bajo la Sección 301, donde se concluyó que China “continúa utilizando subsidios masivos, dumping encubierto y prácticas estatales agresivas que distorsionan el mercado global y afectan a la industria nacional”.
China no se queda de brazos cruzados
La respuesta de Pekín no se hizo esperar. A pocas horas del anuncio, el Ministerio de Comercio chino anunció aranceles del 34% a productos estadounidenses clave, restricciones a empresas con operaciones en China y una revisión inmediata de acuerdos bilaterales en curso. Además, varios portavoces del gobierno hablaron abiertamente de “provocación” y “chantaje económico”.
“Estados Unidos está jugando con fuego. No toleraremos este atropello”, declaró Chen Wen, vocero oficial del ministerio. China, además, insinuó que podría restringir la exportación de tierras raras, un recurso vital para la industria tecnológica y militar de Occidente.
Impacto inmediato en los mercados
Los mercados reaccionaron como era de esperarse: con caos. En las primeras horas del martes, el S&P 500 cayó un 1,7%, el Nasdaq se desplomó 2,1% y el Dow Jones perdió más de 300 puntos. Empresas como Apple, Walmart y General Motors vieron caídas abruptas en sus acciones.
Pero no fueron solo los gigantes los afectados. Pequeñas y medianas empresas estadounidenses, muchas de ellas dependientes de insumos chinos, reportaron cancelaciones de pedidos, congelamiento de inversiones y despidos preventivos. Según la Cámara de Comercio de EE.UU., más de 42.000 pymes podrían verse directamente impactadas si la situación se prolonga.
¿Por qué ahora?
La medida tiene un fuerte componente político. Trump busca consolidar su base electoral de cara a noviembre, y nada conecta mejor con su narrativa que un enemigo externo y la defensa de los trabajadores locales. En su discurso, insistió en que “cada dólar que no se va a China, se queda con las familias americanas”.
Además, el sector industrial y los sindicatos han presionado para que se actúe con mayor firmeza frente al avance de la producción asiática. En particular, los estados del Cinturón del Óxido —como Michigan, Ohio y Pensilvania— ven en estas tarifas una última esperanza para reindustrializar sus economías.
¿Y ahora qué?
Lo que sigue es incierto. La Casa Blanca aseguró que no habrá marcha atrás, y que, si China responde con más fuerza, se evaluará otro aumento de aranceles del 50%. Esto elevaría la carga total a más del 150% para algunos rubros importados.
Economistas como Lawrence Summers y Nouriel Roubini han advertido sobre los riesgos de una recesión inducida por la confrontación. La Organización Mundial del Comercio ya convocó a una reunión de emergencia, mientras líderes europeos y asiáticos piden contención y diálogo.
Para muchos, este 8 de abril marca un antes y un después. Ya no se trata solo de comercio, sino de una lucha por la hegemonía tecnológica, estratégica y geopolítica.